Según la definición de la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.), del año 2001, los probióticos son microorganismos vivos que, administrados en cantidades adecuadas, confieren un beneficio para la salud del huésped.
La historia de los probióticos comienza con la utilización del queso y los primeros productos fermentados por los Griegos y los Romanos. La fermentación de productos de la leche supone una técnica antigua de conservación de este alimento. En 1907, Elie Metchikoff, un científico ruso, premio Nobel, postuló que era posible modificar la flora de los intestinos, sustituyendo microorganismos patógenos por otros beneficiosos. En los últimos años, muchos profesionales de la salud se han dado cuenta de la gran utilidad de los probióticos en diferentes procesos patológicos tales como infecciones intestinales y vaginales, alergias, atopia, obesidad, así como agentes preventivos y de mejora de la salud en la digestión, producción de algunas vitaminas y mejora del estado inmunitario de las personas.
Hay muchas especies de probióticos, entre ellas Lactobacillus acidophilus, Bifidobacterium lácteos, Streptococcus termophilus y Saccharomices boulardii. Los tres primeros son bacterias, mientras que el último es una levadura.